Sunday, February 14, 2010

El ruido y la luz

Hoy pasé por los puestos de libros usados que están debajo del puente de la Av. Fuerzas Armadas. No conseguí nada interesante. Culpa mía. Fui un poco tarde, después de las 4:00 pm. A esa hora de un sábado ya muchos puestos están cerrados, y los que sigan abiertos están ya en proceso de cerrar, o por comenzar el cierre.

Decidí regresarme en Metro, y bajé hasta la esquina de la iglesia Corazón de Jesús, en el cruce entre la Av. Fuerzas Armadas y la Av. Universidad. Noté que la puerta de la iglesia estaba abierta. Yo, la verdad verdad, no soy religioso, pero algo que a mí sí me gusta en medio de una ciudad como Caracas es poder disfrutar un poquito de tranquilidad cuando se puede, y algunas iglesias se prestan para esto. Y conozco la iglesia Corazón de Jesús desde hace mucho tiempo, y me parecía que la conocía bien, porque allí yo fui fotógrafo de bautizos cuando era adolescente, y la recorrí de arriba abajo muchas muchas veces.

Esta iglesia tiene una acústica bien curiosa. Afuera pueden estar la Fuerzas Armadas y la Av. Universidad vueltas un desastre, una guerra de cornetazos en tranca, pero si uno entra allí y tiene la suerte de que no haya misa, es como meter la cabeza en el agua: el ruido se sofoca, y se sumerge uno en un bálsamo de tranquilidad. Antes de cruzar el portón noté que no había ninguna tranca afuera, de hecho no había mucho ruido en la calle, así que la iglesia debía ser un verdadero tesoro de silencio.

No tuve suerte. Había un grupo de música ensayando, y para variar, como ocurre en casi todas las iglesias hoy en día, utilizando micrófonos, diseminando la horrible versión electrificada y mal amplificada de su sonido por todas las cornetas de todas las naves, a volumen ridículamente superior al necesario.

Yo no me explico cómo se ha perdido tanto el disfrutar los sonidos naturales y no amplificados, sobre todo en una iglesia. Que llegue el sonido a nuestros oídos directo desde las gargantas y desde las cuerdas, no desde unas cornetas. Un coro o un grupo cantando en un templo, a lo lejos, aunque se oigan bajito, como un rumor acompasado, un rezo en grupo, reverberando en la acústica propia del lugar... Ese sonido no es tan solo relajante, a mí me parece que tiene algo casi curativo, y ese sonido no lo he podido escuchar desde hace añales, casi desde que cantaba en un coro. Las iglesias hoy en día como que se sienten acomplejadas u obsoletas si no tienen sus cornetas a millón distorsionando cualquier cancioncita que se toque dentro del recinto.

No es cuestión de que el grupo estuviera desafinando, que yo no tengo oído absoluto para dármelas de que no aguanto una desafinación. Y las voces humanas, incluso desafinadas, cuando reverberan a lo lejos cantando o rezando son un sonido que a mí me parece agradable en sí mismo; como los cumpleaños, que no importa si suenan desafinados. Pero esos mismos sonidos descuartizados por los sistemas de "public access audio" de las iglesias, al volumen que les ponen, y multiplicados por la reverberación, lo que hace es engendrar una verdadera pesadilla auditiva, más todavía para un tímpano que lo que estaba era buscando paz. Ese sonido deforme y metálico está, para mí, mano a mano con las cornetas de los carros en una tranca histérica; con los gritos de un cerdo asustado cuando lo maltratan; con las uñas en la pizarra...

Al entrar, yo había intentado sentarme en el lado izquierdo, es decir, el lado norte. Y me llegué a sentar, pero aquel ruido infernal no me permitió aguantar mucho. En menos de quizá 10 segundos me estaba levantando para salir, y apenas doblando la esquina del banco de madera me quedé allí, para mi sorpresa, petrificado. Sentado en el lado norte tuve por supuesto que voltear hacia el lado sur para dirigirme a la salida (que da al oeste), y lo que me detuvo fue, separándome de la Av. Universidad, y como a 15 metros, la pared sur de la iglesia. O más bien, las partes que no eran pared. No eran todavía (corrección) las cinco de la tarde, y esa tarde, afuera, estaba completamente encendida. La luz del sol golpeaba como un diluvio gigantesco al otro lado de esa pared, alumbrando todos sus vitrales como yo nunca antes los había visto.

Estamos hablando de la humilde Iglesia Corazón de Jesús. Yo sé que no es ninguna Sagrada Familia, ni Capilla Sixtina, ni tiene los vitrales de Notre Dame, ni nada por el estilo. Y sin embargo, aquello detenía la respiración... Después de unos instantes en los que el ruido parecía haber desaparecido por completo, me volvió el pensamiento, y lo primero que me vino a la mente fue preguntarme algo no muy sublime: si habrían cambiado los vitrales. ¿O los habrían limpiado hace poco quizá? Miré hacia arriba, casi boqui-abierto, y aumentó mi asombro cuando vi los vitrales redondos de la parte superior de la nave central, también refulgiendo como nunca.

Todavía con el cuello estirado, y medio pasmado, me llego a dar cuenta de otro detalle: no hay bombillos encendidos. ¡Ah! Comienzo a ver para todos lados, y en efecto, ningún bombillo encendido. Estarán sin luz, o estarán racionando electricidad. Apenas hay una vela por allá adelante, cerca del altar. No hay luz (eléctrica, quiero decir). Pero no, el grupito seguía sonando horrible con su amplificación, así que luz eléctrica había para dañar el espacio acústico. Estarían racionando. En todo caso, el ruido golpeaba los oídos como para salir corriendo, pero la luz que había allí hacía todo lo contrario con los ojos.

No recuerdo haber visto esta iluminación por completo natural en esta iglesia, pese a yo haber estado tantas veces allí en mi vida. No pude recordar haber estado nunca justo como a esa hora, entre 4 y 5 de la tarde, con todas las luces de la iglesia apagadas, y con semejante sol alumbrando los vitrales. Me impresionó también el hecho de no haber notado aquello apenas entré en la iglesia. Quizá fue el choque acústico que me recibió lo que me distrajo; aquella estridencia dolorosa y enfermiza, cuando esperaba más bien un silencio sanador. Sin embargo, aquella luz...

Pensé también que no es primera vez que me pongo a pensar (valga la redundancia) en la importancia de la luz en las iglesias. No hace mucho estuve en la de Santa Teresa, y casi toda su iluminación ahora es de esta de bajo consumo, y no con bombillos de luz cálida, sino con los de luz fría. Habiendo estudiado cuatro años de mi primaria en el colegio Santa Teresa, tengo también memorias muy tempranas de mi vida con imágenes relucientes de cómo se veía esta otra iglesia con su luz eléctrica incandescente de aquellos tiempos "ineficientes", más las velas. La iglesia Santa Teresa de hoy simplemente no se ve igual; no transmite ni rastro de lo que transmitía aquel espacio antes, y me parece que la diferencia principal no radica en el deterioro de las paredes, ni en el bronce sucio de ese marco colosal que cubre el altar, ni en las telarañas arriba; la diferencia está en esa nueva iluminación fría, que choca también como uñas en una pizarra contra lo que me trae el recuerdo.

Volviendo a la Corazón de Jesús, mis oídos tuvieron que aguantar un poco más. En vez de salir de una vez, me acerqué a los vitrales vivientes. Noté que el lado norte también tenía algunos de los vitrales altos bastante iluminados, aunque los de abajo estaban por completo "apagados". Pero los del sur... la verdad no es fácil describirlo; aquello estaba iluminado de una manera que parecía imposible. La luz era tan potente y el colorido tan vivo. Tantas veces antes en esa iglesia, y nunca había visto yo semejante fulgor.

Me quedé un rato revisando los detalles de los vitrales, las caras tristes de los personajes, los colores. Los rojos. Los violetas. Los amarillos. Los blancos que parecían quemar. Y los diseños tan geométricos, tan intrincados. ¿Cómo nunca me había fijado mucho en ellos? Algunos de los vitrales tenían estatuas en frente, que por supuesto se veían oscuras y al contraluz, y eran un soberano estorbo para apreciar lo que importaba allí en aquel momento.

Me alejé y volví al lado norte, como para apreciar todo aquello en conjunto antes de irme, pero allí al parecer era donde retumbaba más el chirrido del grupito a través de las cornetas. Lo más irónico es que cantaban y tocaban indiferentes a aquel fenómeno visual, casi todos dándole la espalda. Quizá estén acostumbrados. Se ha perdido no sólo disfrutar del sonido natural, también se ha perdido disfrutar la luz natural.

Imagino que la única forma de apreciar bien esto que menciono es estar allí, y en las condiciones adecuadas. Como a esa hora, entre (corrección) 4 y 5 pm, cuando el sol esté disparando directo contra aquellos vitrales, con aquella furia tan serena. Un día como hoy, como la mayoría de estos días: sin nubes y sin lluvia, sol limpio, candente, y parejo, lo que se dice parejo. Pero también, sin luz eléctrica en la iglesia; que la iglesia no tenga ninguna luz artificial. Solo espero que se repitan estas condiciones cuando vuelva con mi cámara. Colocaré fotos aquí y en Facebook, aunque dudo que harán justicia.

PD. Actualización: unas fotos que tomé al día siguiente, pero un poco tarde, como a las 5:15 pm, cuando ya el sol no incidía directamente tras los vitrales.

(Click para ver el slideshow en Picasa)